El violonchelo de Jaques Morelenbaum

Nació en Río de Janeiro en 1954, nieto de inmigrantes polacos y de la antigua Besarabia, en una familia de músicos. Su padre, Henrique Morelenbaum, era entonces un joven violinista de la orquesta del Teatro Municipal de Río de Janeiro a la que acabaría por dirigir, y su madre, Sarah, profesora de piano. Así que el pequeño Jaques creció en el teatro oyendo entre bambalinas conciertos sinfónicos, ballets y óperas. Y dicen que Jaquinho ya soñaba con viajar por el mundo con la música.

A los seis años empezó las clases de piano y, después de ganar con doce una beca de su escuela de música, decidió tocar el violonchelo, instrumento para el que han escrito en Brasil compositores eruditos como Francisco Mignone, Guerra-Peixe, Radamés Gnatalli o el mismísimo Villa Lobos. En el hogar de los Morelenbaum sólo se escuchaba música clásica europea. Y la búsqueda de una identidad musical brasileña no fue fácil para un adolescente que entró en la música pop de la mano de los Beatles –“con 13 o 14 años quería tocar música popular, pero no encontraba ningún paralelismo con la clásica y oir aquellos arreglos de cuerda de George Martin, como el de Eleanor Ribgy con el chelo tan predominante, me permitió el intercambio”. Un septeto llamado A Barca do Sol -“con cierta influencia del rock progresivo y sin concesiones comerciales, muy ingenuo y muy profundo”, recuerda-, fue el primer grupo del que formó parte, sin contar la banda de la escuela en la que tocaba el bajo para un repertorio de canciones de los Beatles, Jorge Ben, Simon & Garfunkel y la Jovem Guarda que lideraba Roberto Carlos.

“Empecé a oir música brasileña en la radio de la empleada del hogar, que ponía la de peor calidad, y ése fue mi primer contacto. Por eso la bossa nova me llegó tan tarde. En mi casa sólo había discos de música clásica hasta que comencé a comprar mis propios discos. Recuerdo que el primero brasileño fue uno de Nara Leão cantando la Suíte dos pescadores de Dorival Caymmi, pero el primero primero de todos fue Help. Quizá fuese algo simbólico: aquel niño prisionero dentro de la música erudita daba un grito de socorro y con él se abría al mundo, a otras realidades de la cultura universal”.

“Siempre tuve ganas de transitar por universos musicales diversos”, confiesa Morelenbaum, que permaneció un decenio como director musical y chelista de la Nova Banda de Antonio Carlos Jobim: “Fueron diez años de convivencia y de mucho aprendizaje. Con él reaprendí a vivir. Y, musicalmente, aprendí que hay que ir a la esencia. Ése es el camino que intento encontrar aunque yo no tenga su talento. Él tenía una capacidad especial para, con poquísimos elementos, decir mucho. Me impresionaba en su obra cómo cada dos notas que juntaba se tornaban extremadamente hermosas por alguna razón metafísica. La magia para hacer canciones con un grado de sofisticación tan elevado y al mismo tiempo que la gente las supiera cantar. Era un genio que, además de un talento descomunal para la música, lo tenía para la conversación. Tenía una visión tan clara de lo que es nuestro universo, la naturaleza, la vida. Ya hablaba de ecología mucho antes de que existiera la palabra. Una persona que sabía amar de verdad”.

Después estuvo tocando cinco años en el cuarteto del compositor, pianista y guitarrista Egberto Gismonti –con dos discos para el sello alemán ECM- antes de iniciar una colaboración de 14 años con Caetano Veloso. “Por si no era ya suficiente haber estado con Tom el poder convivir con Caetano fue algo increíble. Y respirar esa luz constante que emana de él ha sido un privilegio muy especial. Admiro profundamente su música, su poesía, desde que era un adolescente, toda mi formación en la música popular le tuvo a él como referencia. Una de sus grandes cualidades es que siempre tiene interés en escuchar tu opinión”.

Luego vinieron disco y conciertos con el Quarteto Jobim-Morelenbaum –formado por el hijo de Antonio Carlos Jobim, Paulo, y el nieto, Daniel, más Jaques y su mujer Paula-. Morelenbaum ha prestado su talento como chelista y/o arreglista y/o productor a músicos como Ryuichi Sakamoto –con el que trabaja desde 1992, cuando se lo presentó Caetano en Nueva York, en proyectos como el trío del pianista japonés o el Morelenbaum2/Sakamoto-, Sting –en 2001 pasó casi dos semanas en su mansión de la Toscana preparando un concierto que iba a ofrecerse a bombo y platillo vía Internet el 11-S y que abortó el ataque a las Torres Gemelas dejándolo finalmente en una catártica actuación para los doscientos invitados allí presentes-, Mariza, Henri Salvador, David Byrne, Gilberto Gil, Cesaria Evora, Maria Bethânia, Gal Costa, Julieta Venegas, María Dolores Pradera, Rui Veloso, Marisa Monte, Omar Sosa… y a grupos como Madredeus o Presuntos Implicados. Además, Jaques Morelenbaum se ha puesto al mando de orquestas brasileñas como la Sinfônica de Bahia, la Sinfônica de Brasilia, la Petrobras Sinfônica de Río de Janeiro o la Jazz Sinfônica de São Paulo, suizas como la Sinfonietta de Lausanne, portuguesas como la Sinfonietta de Lisboa o alemanas como la NDR Pops Symphony (Hannover), la NDR Big Band (Hamburgo) y la WDR Big Band (Colonia).

Contabiliza, en 40 años de actividad, más de 2.000 conciertos y participaciones en alrededor de 700 discos -más de 50 de ellos como productor-. También llevan su firma las bandas sonoras de las películas A República dos anjos, de Carlos del Pino, Central do Brasil, de Walter Salles, Orfeu, Tieta y Deus é brasileiro, de Carlos Diegues, O Quatrilho y A Paixão de Jacobina, de Fabio Barreto, Olhos azuis, de José Joffily, o Paid, del holandés Laurence Lamers. Y se le puede ver tocando junto a Caetano Veloso Cucurrucú paloma en Hable con ella de Almodóvar. “El cine quizá sea mi camino favorito. Me gusta mucho el cine y me gusta mucho la música al servicio de otras artes. Aunque lo que me produce más placer es el escenario. Tocar ante el público. Paso de media varios meses al año viajando para dar conciertos”.

Tiene un proyecto propio, el Cello Samba Trio, con el que lleva trabajando desde 2005, en compañía del guitarrista Lula Galvão y del baterista y percusionista Rafael Barata –al principio era Marcelo Costa-. Recuerda que estaban en Murnau, Alemania, ensayando para el primer concierto del trío y que al terminar la primera o segunda pieza y abrir los ojos –suele tocar con los ojos cerrados- estaba allí un señor muy simpático que les sonreía: Manfred Eicher, el fundador de ECM. Hasta ahora no había dado el paso de grabar un disco. Ya está aquí y se titula Saudades do futuro. Futuro da saudade. Doce temas que van desde clásicos sambas del repertorio de João Gilberto como Tim- tim por tim-tim, obras de Jobim (Outra vez y Retrato em branco e preto) y canciones de Gilberto Gil (Eu vim da Bahia) y Caetano Veloso (Coração vagabundo), hasta composiciones suyas como Maracatuesday o Ar livre. “Creo que Brasil siempre va a estar en todo lo que hago, pero lo que pretendo en la música es hablar de Brasil teniendo una visión global del mundo. Buscar la universalidad sin perder los orígenes nacionales, como hacía Piazzolla”.

 

Fotografía de Andrea Palmucci