Fatoumata Diawara, desde Mali

Su voz se escucha en discos de Dee Dee Bridgewater, Oumou Sangaré, Poly-Rythmo o Cheikh Lô y en Afrocubism. Ahora, esta maliense de 29 años que vive en París, y escribe y arregla sus canciones, presenta una primera grabación propia con la impronta de la música de Wassoulou e influencias de soul, funk o jazz. Fatoumata tenía diez años cuando decidió que no quería ir más a la escuela. “Lo que me gustaba era bailar. Desde los cinco años bailaba todo el tiempo y en todas partes [su padre dirigía una compañía de danza], y además tenía demasiado carácter”, dice riendo. Sus padres, que vivían en Costa de Marfil, donde ella nació, la mandaron a Bamako, a casa de una tía. No tuvieron en cuenta que habían enviado a su pequeña a vivir con la única persona de la familia ligada al teatro: su tía era actriz. El director de Taafe fangan (El poder de las mujeres) pensó que aquella niña bien podía ser uno de los personajes de su película. Y así debutó Fatoumata en el cine. “Durante el rodaje veía a las mujeres en pantalones, y bebiendo y fumando bajo la carpa, y a hombres que, en la película, cocinaban, se ocupaban de los niños. Fue una gran experiencia comprobar que era posible otra vida”.

Su familia adoptiva no quiso dejarla marchar con una compañía de teatro francesa, pero ella se fue. “Me fugué una noche a las diez. Saqué la basura y cogí un taxi al aeropuerto”. Con Royale de Luxe recorrió medio mundo. “Al llegar a Francia puse una cruz sobre mi familia. No podía contar con nadie. Y ese vacío es algo increíble. O creces o te hundes. Cuando estaba sola, me ponía a cantar. Algunos de mis compañeros se escondían para escucharme, pero yo no lo sabía. Un día, después de cuatro meses de ensayos, el director de la compañía nos pidió a cada uno traer una canción para el espectáculo. Era una forma de conseguir que me abriese a ellos porque la canción que escribí fue la única que se utilizó”, cuenta riendo. “Me motivó mucho comprobar que, al final de cada actuación, venía gente a verme para decir que aquel breve canto a cappella les llegaba al alma. Vi incluso gente que lloraba al oírme cantar”.

“La voz ha sido mi primer compañero. Me separé de mis padres muy pronto y fue un cambio brutal porque descubrí la vida de golpe. Intentaba entender por qué mi padre me enviaba lejos y, en vez de llorar, convertí las lágrimas en canto. Escribía metáforas para entender las cosas. Cantaba para poder sentirme bien. Y recuperaba la sonrisa, como si cantar me aliviara”. Cree que la voz es el único instrumento con el que no se puede mentir: “Me curo poco a poco con ella en lugar de ir a ver a un psicólogo. Y me asusta que mi gente no comprenda que estoy enferma, que me afectó mi infancia y que, para no ser una persona amargada que acaba volviéndose mala con los demás, me tienen que dejar cantar. Es lo único que pido”. Con la cantante de jazz Dee Dee Bridgewater salió por primera vez de gira. “Fue fantástico. Me di cuenta de que eso era lo que yo quería. Yo cantaba en locales de París, soul, rock, pop… Y tenía un público, pero aunque había compañías detrás de mí, les decía que no estaba preparada para grabar un disco”. “Hice bien en esperar porque Nick [Gold, productor de Fatou y productor ejecutivo de Buena Vista Social Club] podía pensar ‘es joven, su primer disco, le pongo a alguien que le diga lo que tiene que hacer’, pero él sabe que yo sé lo que quiero. Así no se ha perdido la inocencia del disco, que es muy minimalista. Guitarra, bajo, batería… No pretendo convencer a la gente, demostrar nada a nadie, sólo busco comunicarme, compartir. Con amor, ternura… Es Fatou en toda su sencillez”.

Publicado en El País, 8/11/2011