“Orxata de xufla, si us plau”. Así, en catalán, se escucha la frase en Vaca profana, una canción de Caetano Veloso que cita a Gaudí, Barcelona, las ramblas del planeta y la ‘movida madrileña’. Caetano llegó a España por primera vez vía Cataluña. Entró por Barcelona. Y no venía precisamente a cantar. En aquellos días de 1970, Glauber Rocha, bahiano como él, y que lideró en Brasil el movimiento del Cinema Novo, rodaba en el Ampurdán, en Sant Pere de Rodes, Ampurias y el Cabo de Creus, con Paco Rabal y Pierre Clémenti, su película Cabezas cortadas. Glauber le había mandado una carta a Caetano porque quería hablar con él cara a cara con el fin de aclarar ciertos embrollos. “Sobre nobles tareas y chismes mezquinos del cine brasileño”, contaría Caetano, en 1993, durante una conferencia en el Museo de Arte Moderno de Río de Janeiro.
El productor de Cabezas cortadas, Pere Fages, le paseó por Barcelona. En el piso de Fages, centro de reuniones de intelectuales, artistas y escritores opuestos al franquismo, Caetano se pasaba horas conversando con personajes como García Márquez. Aún hoy recuerda a Pere Fages como un hombre muy divertido y muy inteligente. Fue él quien le habría incitado a leer a Cortázar, Vargas Llosa o Cabrera Infante, y quien le buscó una casa para alquilar en el pueblecito de La Escala donde Caetano pasaría el verano con la que entonces era su mujer, Dedé, y algunos amigos. El catalán, fallecido en diciembre de 2012, y el brasileño no volvieron a encontrarse hasta muchos años después, cuando el productor apareció por sorpresa en un concierto del músico en Cataluña. A Caetano le dio una enorme alegría verlo.
En Cataluña conoció a Serrat, Raimon y Lluis Llach: la nova cançó estaba entonces en plena efervescencia. Le fascinó Pau Riba, cuya música sintió mucho más próxima al tropicalismo, y también tuvo afinidad con Pi de la Serra. Los menciona a ambos en su Vaca profana. Francesc Pi de la Serra, que está celebrando sus 50 años de carrera, contó en el documental L´home del carrer, que le telefonearon del partido –militaba en el PSUC- para decirle que iban a ir a su casa dos personas. Algo que sucedía con relativa frecuencia: le llamaban y preguntaban ‘¿tienes una cama’?. Era la consigna. Al anochecer aparecían dos o tres clandestinos que se marchaban por la mañana. Ese día llamaron al timbre un negro y un mulato. Y, al ver las guitarras por la casa, le pidieron si podían tocar. El bueno de Francesc les escuchó fascinado y contactó en seguida con el partido para preguntar quienes eran los dos extranjeros. ‘¿No lo sabes?’ Son Gilberto Gil y Caetano Veloso’. Se hicieron amigos. Pi de la Serra y Caetano habrían incluso estado dándole vueltas una noche a la idea de montar un negocio para comercializar la horchata de chufa en Brasil.
Caetano no llegaba desde Brasil sino de Londres. Los militares que habían dado el golpe de estado de 1964 en su país, y que el 13 de diciembre del 68 suspendieron el hábeas corpus, le metieron entre rejas pocos días después de la proclamación del siniestro decreto número 5, el AI-5. Fue detenido en su apartamento de São Paulo, en la esquina de la Avenida Ipiranga con la São Luis, al amanecer, por policías de paisano que obedecían órdenes militares. Encarcelados él y Gilberto Gil, las dos cabezas más visibles del movimiento tropicalista, una propuesta dionisiaca de música, cine, teatro y artes plásticas que retomaba el humor, el sentido crítico y el espíritu antropofágico del Movimiento Modernista de 1922. Los dos estuvieron en sendas celdas diminutas, con una vieja manta en el suelo y la letrina, en un cuartel del ejército en Río de Janeiro. Una semana en soledad que se le hizo eterna. Después, más días en otros cuarteles de los suburbios de la zona norte y cuatro meses confinados los dos en la ciudad de Salvador de Bahía hasta que los subieron a un avión rumbo a Londres. La mejor manera que se le ocurrió a la dictadura para quitárselos de encima.
Casi dos años y medio duró el exilio londinense. Gilberto Gil supo sacarle provecho a una capital británica donde empezaba ya a insinuarse el reggae. Acudieron a festivales como el de Glastonbury y vieron a Jimi Hendrix en la isla de Wight. Pudieron escuchar en directo a los Rolling Stones, Led Zeppelin, Pink Floyd, los Who, Bob Dylan o la Incredible String Band. Para Caetano, sin embargo, Londres fue un trauma. “Como un sueño oscuro”, escribió en su libro Verdad tropical. No vio ni una obra de teatro, ni puso los pies en una librería o una biblioteca. Fue al British Museum y a la Tate Gallery la semana antes de su regreso a Brasil, y porque le llevaron unos amigos. La mayoría de fotografías suyas tomadas durante aquel tiempo le muestran triste y abatido. Como la de la portada del disco en que aparece con barba –la única vez que se la dejó-.
El 4 de noviembre de 1969, Carlos Marighella, ex miembro del Partido Comunista y uno de los líderes de la lucha armada contra la dictadura, al que Caetano dedica una canción en su disco Abraçaço, había sido acribillado a tiros por la policía de la dictadura. Ver la fotografía de su cadáver en un pequeño recuadro, en la misma portada de una revista semanal –la de mayor tirada de la época en Brasil- en la que él posaba sonriente junto a Gil en el puento de Waterloo, con el Big Ben al fondo, le deprimió más todavía. Colaboraba entonces en O Pasquim, una revista alternativa carioca, y escribió una crónica en la que decía: “Hoy, al despertar, me topé con la cosa más fea que ya vi en mi vida. Esa cosa era mi propia cara”. Pese a todo, Caetano Veloso tiene una deuda con los ingleses: en Londres grabó el LP, publicado en 1971, en el que se atrevió a tocar la guitarra por primera vez en un disco.