Grabaciones de Django Reinhardt se escuchan en películas de Woody Allen: en Sweet and Lowdown (Acordes y desacuerdos), un personaje ficticio llamado Emmet Ray (Sean Penn) vive resignado a ser el segundo mejor guitarrista del mundo a la sombra del genial músico europeo. En 2010, centenario de su nacimiento, el alcalde de París inauguró una plaza con su nombre en el terreno donde estaba el campamento en el que se había instalado su familia casi un siglo antes. Su caravana se incendió y, tras sufrir graves quemaduras, los dedos anular y meñique de su mano izquierda quedarían prácticamente inservibles. Aún así, tocaba como nadie.
Jean Baptiste Reinhardt, nacido en Liberchies (Bélgica), donde habían acampado sus padres, apenas sabía escribir su nombre -solo fue un día a la escuela-, pero ganó mucho dinero tocando la guitarra. Podía ser rico un día y estar sin blanca al siguiente. Nunca tuvo una cuenta bancaria. Le gustaba jugar al póquer y al billar y, en sus últimos años, se sentía feliz pescando y pintando. Murió en 1953 en su casita de Samois-sur-Seine y el cementerio de la pequeña población en un recodo del Sena es lugar de culto de guitarristas y aficionados.
A finales de 1934, fundó el Quinteto del Hot Club de Francia, con Stéphane Grappelli: violín, contrabajo y otros dos guitarristas -su hermano Joseph a la rítmica-. Con el quinteto –más tarde con Hubert Rostaing al clarinete- tocó en hoteles, casinos, cavas… de Deauville a Niza, de Roma a Londres. La música del guitarrista al que Cocteau describió como “una bestia orgullosa y perseguida” la pasaba al papel pautado el clarinetista Gérard Lévêque –Django le mostraba la parte de cada instrumento en una de sus guitarras Selmer fabricadas por Mario Maccaferri -.
En la Europa ocupada por la Alemania nazi, el jazz fue considerado arte degenerado, aunque pudo escapar de las prohibiciones al amparo de algunos oficiales del ejército. Django, que se había quedado en París, era manouche y, también para los gitanos, los nazis planteaban la solución final. Medio millón murieron en los campos de exterminio. Django, biopic de Etienne Comar, con estreno esta semana en Francia, se inspira en el intento de pasar a Suiza del creador de Nuages, Manoir de mes rêves o Belleville, cuyos discos costaban dos kilos de mantequilla en el mercado negro. Los alemanes le apremiaban para ir a tocar a Berlín y decidió cruzar la frontera con su madre, Négros, y su mujer Naguine, encinta de Babik. Su primer intento de salir de Francia en un camión de chatarreros fracasó. El siguiente estuvo a punto de costarle muy caro –detenido por la Wehrmacht se libró de la deportación porque el comandante era un admirador- así que regresó a París –donde ya le había protegido el oberleutnant Schulz-Köhn, llamado Swing Doc o Doctor Jazz, como se cuenta en el libro de Mike Zwerin Swing under the nazis, traducido como Swing frente al nazi.
Tras la guerra, Django recibe un cablegrama de Duke Ellington ofreciéndole un contrato. Y en noviembre de 1946 embarca en Le Havre rumbo a Nueva York. Por la razón que fuera –se han esgrimido varias- dejó plantado al Duque sobre el escenario del Carnegie Hall. A quien le preguntaba de dónde era, el hombre libre que realizó la más original aportación de Europa al jazz respondía: “Hermano, nosotros somos de todas partes”.
Publicado en El País, 25/4/2017