Ary Barroso, el compositor de música popular, dejó clásicos universales como Aquarela do Brasil –samba rebautizada Brazil en Estados Unidos-, Na baixa do sapateiro –conocida también como Bahia-, No tabuleiro da baiana, Na batucada da vida, É luxo só, Camisa amarela, Risque… El locutor radiofónico Ary Barroso dejó huella en Brasil, y unas cuantas anécdotas jugosas, con su estilo de narrar partidos de fútbol.
Le tocó vivir el “Maracanazo” de 1950. La derrota por dos a uno de la selección de Brasil ante la de Uruguay, el 16 de julio de 1950, en la final de aquel Mundial –Brasil todavía no había ganado su primer campeonato-, le hizo perder la afición por el fútbol. Siguió retransmitiendo partidos, pero tener que narrar hasta el final aquella tragedia nacional pudo con él. Dos años después del gol de Ghiggia a Barbosa abandonó su trabajo. La victoria del equipo de Pelé y Garrincha en el Mundial de Suecia le permitiría escribir en el periódico O Globo: “Señoras y señores, desde 1936 vengo esperando lo que nos ha dado 1958”. Aún pudo disfrutar de otro Campeonato del Mundo para Brasil, antes de fallecer en 1964.
Estaba muy ligado a la historia del Maracanã. En las elecciones de 1947 había conseguido un sillón en la Cámara municipal y el célebre estadio se construyó siendo él concejal por la UDN, la Unión Democrática Nacional. Ary Barroso defendió un proyecto que tenía muchos detractores: el debate público entre estadio o escuelas y hospitales no es de hoy. La idea de su construcción nació durante el campeonato de fútbol de Francia en 1938. La FIFA aprobó que uno de los siguientes mundiales se celebrara en Brasil y Río de Janeiro se propuso erigir entonces el mayor estadio del mundo: con capacidad para casi 200.000 espectadores. Se inauguró en junio de 1950.
En aquel Mundial de 1950, en el partido que enfrentó a Brasil y Yugoslavia en Río de Janeiro, Ary Barroso abandonó el micrófono en el minuto 69 tras marcar Zizinho el gol de la tranquilidad (2-0). Una vez más el hincha podía con el profesional. Barroso no se escondía: era seguidor del Flamengo. Más que un seguidor, un militante, como le define Ruy Castro en su libro O vermelho e o negro. Llevaba los colores rojo y negro del club de Río en las venas. En 1944, el Flamengo estaba a punto de conquistar el tricampeonato. El partido contra el Vasco aún no había terminado, pero él se olvidó de la transmisión bajando al césped a celebrar la ya previsible victoria rojinegra. A nadie le sorprendió: su parcialidad, cuando quien jugaba era su equipo del alma, estaba fuera de toda duda.
Aquarela do Brasil, casi un himno oficioso de su país, se utilizó en la banda sonora de la película Alô amigos (1942) protagonizada por el pato Donald y José Carioca, un loro verde con sombrero de paja y paraguas. La canción se convirtió en un gran éxito internacional. Después llegaría otro largometraje de Disney, Los tres caballeros, también con composiciones suyas como Bahia (Na baixa do sapateiro) y Os quindins de Iaiá. En 1944, el brasileño pasó unos meses en Hollywood, donde se reencontró con su gran amiga Carmen Miranda. Walt Disney le ofreció ser el director musical de su productora cinematográfica, pero al recibir la propuesta Barroso pidió 24 horas para pensarlo. Y le dijo que no, que se volvía a Río. Cuando Disney, sorprendido por la negativa, le preguntó por qué, la respuesta de Ary Barroso, en su precario inglés, fue: “Because don´t have Flamengo here”.
En aquellos días no existían puestos de comentaristas ni cabinas en los estadios de fútbol y los locutores narraban los partidos entre el público. Para hacerse oir cuando cantaba los goles, a pesar del griterío de las hinchadas, Ary Barroso pensó en la posibilidad de recurrir a un instrumento de viento. Lo buscó, y encontró un sonido triunfal, con escala cromática irregular aguda -en palabras suyas-, en ese chiflo que usaban los vendedores callejeros de helados en Brasil o los afiladores en España. Compró una docena en una tienda de juguetes de la calle de la Carioca, en el centro de Río. El impacto fue inmediato y sirvió además para diferenciarle a la hora de vender los espacios radiofónicos a los anunciantes. Con aquel ‘tirulirulí’ había nacido el antecedente de las cortinillas electrónicas .
Barroso se recreaba tocando cuando subía un gol al marcador de su equipo, y se limitaba a algún breve sonido si marcaba el rival. Su primera locución de un partido de fútbol la realizó en 1936. En la víspera de un decisivo Flamengo -Fluminense, una úlcera de estómago llevó de urgencia al hospital a Afonso Scola, locutor deportivo de Cruzeiro do Sul, la emisora en la que Ary Barroso ejercía como pianista, presentador o incluso de humorista. Alguien sugirió el nombre de Ary como buen conocedor del fútbol. Lo cuenta Sérgio Cabral en su libro No tempo de Ary Barroso: “Le dio a su narración un encanto muy especial, mezclando información con opiniones personales, comentarios irreverentes y frases efectistas que pasaron a ser la gran característica del locutor deportivo”.
Más de una vez tuvo que salir de un estadio protegido por la policía. En 1937, en la cancha del San Lorenzo, en Buenos Aires, asistió a un Argentina-Brasil que terminó con victoria de la albiceleste. Entre miles de hinchas argentinos, Ary, irritado con el árbitro, le estuvo dedicando unos cuantos piropos. Estaba tan fuera de sí que entró en el rectángulo de juego, micrófono en mano, para protestar una decisión del colegiado: todo tipo de objetos llovieron sobre él. Cuando le prohibieron la entrada en el estadio del Vasco se instaló con todo el equipo en el tejado de una casa vecina desde la que podía ver todo el campo. En 1942 trabajaba para Radio Tupi, -propiedad del magnate de la comunicación Assis Chateaubriand-, y Radio Mayrink Veiga consiguió en exclusiva los derechos del Campeonato Sudamericano de Selecciones. Decidido a transmitir el Brasil-Argentina a toda costa, viajó hasta Buenos Aires y, ante la imposibilidad de hacerlo desde el campo, narró el partido desde el apartamento de unos amigos gracias a la escucha de la locución de Odulvaldo Cozzi para la emisora de la competencia, que también emitía una radio argentina.
Un domingo que el Flamengo perdía 6 a 0 con el Bangu, con Ary Barroso como apenado testigo radiofónico, se acercó un hombre a las taquillas del estadio:
– Quiero comprar una entrada.
– Señor, el partido está casi terminando, y además ya está decidido, le explicó el taquillero.
– Deme una entrada, insistió el hombre, yo no quiero ver el partido, lo que quiero es ver la cara que se le ha quedado a Ary Barroso.