Veinte años sin Antonio Carlos Jobim

El avión que aterriza en Río de Janeiro lo hace en el aeropuerto internacional Antonio Carlos Jobim. Y en una placa se rinde homenaje al músico que llevaba a su país hasta en el nombre: Antonio Carlos Brasileiro de Almeida Jobim. Aunque para los brasileños Jobim siempre será Tom: su hermana Helena, cuatro años menor, había sacado ese nombre de una canción francesa que su madre solía canturrear.

Tom Jobim fue uno de los grandes compositores de la música popular del siglo XX, un Gershwin o un Cole Porter carioca. El creador de clásicos como A Felicidade, Wave, Corcovado, Desafinado, Garota de Ipanema, Samba de uma nota só, Agua de beber, Dindi, Triste, Se todos fossem iguais a você, Insensatez, Inútil paisagem, Bonita, Amor em paz o Aguas de março -que el crítico de jazz Leonard Feather consideró una de las diez mejores canciones de la historia-. Obras patrimonio de la humanidad -Feather escribió que suelen mostrar una estructura complicadísima cuando las analizas, pero suenan increíblemente espontáneas y naturales- que han grabado desde Stan Getz, Miles Davis, Frank Sinatra, Sarah Vaughan, Nat King Cole, Ella Fitzgerald, Errol Garner, Count Basie, Chet Baker, Pat Metheny, Stéphane Grappelli, Dexter Gordon, Tony Bennett, Oscar Peterson, Carmen McRae y Shirley Horn hasta Françoise Hardy, Mina, Peggy Lee, Julio Iglesias, Ornella Vanoni, Georges Moustaki, Henri Salvador, Carlos Santana, Ryuichi Sakamoto o Judy Garland.

Murió el 8 de diciembre de 1994, con 67 años, tras una operación en un hospital de Nueva York. En el país desde el que su música empezó a encantar al mundo. Estados Unidos le había dado lo que Brasil le negó durante mucho tiempo. The Composer of Desafinado Plays, de 1963, fue el primer disco con su nombre en la portada. Y, en Los Ángeles o Nueva York, grabó los LP´s Wave, Tide y Stone Flower. Tuvo que pagar de su bolsillo parte de la producción de Matita perê y Urubu: las discográficas brasileñas argumentaban que no vendía.

Uno de los primeros ramos de flores que llegaron al hospital Monte Sinaí de Manhattan lo mandó su viejo amigo Sinatra y el presidente Clinton se sumó al duelo a través de un comunicado leído por el portavoz de la Casa Blanca. Jobim fue enterrado en el cementerio de San Juan Bautista, en el barrio carioca de Botafogo, después de ser velado en el Jardín Botánico, uno de sus lugares favoritos de Río de Janeiro. Le preocupaba la ecología, cuando esa palabra ni se usaba.

Todos los periódicos brasileños tenían su foto en portada. Los publicitarios se apuntaron al homenaje: la empresa estatal de carburantes pagó dos páginas enteras con las teclas de un piano y el nombre del compositor. Se decretaron tres días de luto oficial en la ciudad y el entonces presidente de la República, Fernando Henrique Cardoso, dijo que Brasil se quedaba más triste. Jorge Amado escribió en un diario: “todos los brasileños estamos de luto. Perdimos lo mejor que teníamos”.

Chico Buarque le saludó en una de sus canciones: “Mi padre era paulista / mi abuelo pernambucano / mi bisabuelo mineiro / mi tatarabuelo baiano / mi maestro soberano / fue Antonio Brasileiro”. Según Guinga era “una compensación para el pueblo brasileño, que sufre tantas cosas humillantes. ¡Produjimos un Jobim!, nos decíamos, y eso compensaba nuestra balanza con el mundo”. Y Ruy Castro aseguró en su libro sobre la historia de la bossa nova que “todas las veces que abrió el piano, el mundo mejoró. Aunque fuese sólo por unos minutos, se volvió más armónico, melódico y poético. Todas las desgracias individuales o colectivas parecían más pequeñas porque, en aquel momento, había un hombre dedicándose a producir belleza”.

En 1990, su viuda, Ana Beatriz Lontra Jobim logró reunir toda su obra en una editora, Jobim Music. En el sello Biscoito Fino publicó Antonio Carlos Jobim em Minas ao vivo, un concierto de 1981 en Belo Horizonte, con él sólo al piano -en ese estilo suyo económico y espacioso- y contando anécdotas sobre sus ‘parceiros’ Vinicius de Moraes, Newton Mendonça, Dolores Duran o Chico Buarque. “Como si estuviese en casa, en la intimidad, hablando con nosotros”, comentó Ana. Un tesoro en una cinta olvidada en una estantería.

Desde 1997 funciona el Instituto Antonio Carlos Jobim (http://portal.jobim.org/) dedicado a conservar, catalogar, digitalizar y poner a disposición del público el acervo del compositor que, con su humor carioca, había confesado tenerle miedo a la muerte, pero no exageradamente. Sí que le obsesionaba que sus canciones circularan plagadas de errores y le dolía que pudieran quedar mal para siempre. Lo remedió el lujoso Cancionero Jobim, con sus partituras para piano revisadas por el propio Jobim y su hijo Paulo. Aunque el hombre que decía “siempre busqué la armonía, parece que intenté armonizar el mundo” continúa vivo en las canciones que nos dejó, hace 20 años que Brasil y el mundo se quedaron un poco más huérfanos.

 

Fotografía de Ana Beatriz Lontra Jobim